Por Rafael Mejía A.
En días pasados nos abandonó uno de los seres más icónicos del mundo del espectáculo de habla hispana: el profesor Jirafales.
A pesar de las críticas que recibía, como aquello de tener un romance con la madre de uno de sus alumnos, que fumaba en clase, que en algunas ocasiones le cascaba al papá de la Chilindrina y que ocasionalmente recibía sobornos en forma de manzanas, el profesor Jirafales encarnaba muchas de las caras que posee el ser humano.
Pero no les quiero hablar del profesor sino del hombre que le dio vida propia: Rubén Aguirre, ese ser humano que siempre escondió las tristezas y las mezquindades que a lo mejor nunca tuvo, para pasar a un plano en el cual lo importante era la paz consigo mismo. Y más importante: La paz.
He tenido la oportunidad de ver entrevistas a todos los personajes de la vecindad y la mayoría respiraba, o aun respira, ese aire de egoísmo y envidia que se desató a raíz de la propiedad intelectual de algunos de los personajes. Desde la Chilindrina hasta el mismo Chespirito echaban vainazos a diestra y siniestra culpándose los unos a los otros.
Pero Aguirre jamás. Cada vez que le tocaban un asunto espinoso, se reía con la sinceridad y compostura que sólo da la madurez mental, y daba a entender que ya había pasado la página. Los otros personajes, –los fallecidos ni modo– no pueden exhibir esa sonrisa plácida que da la paz. Estamos seguros de que él jamás olvidó… pero fue capaz de perdonar. Como todos tendremos que morir un día de éstos, es mejor morir en paz que vivir amargado.
Esa actitud –pasar la página—es las que les falta a algunos colombianos que viven admirando a un ídolo de barro y pies de plomo al cual su egocentrismo no deja vivir en paz. El ‘gran’ colombiano Álvaro Uribe, va a morir algún día como Chespirito: causando risa, pero interiormente amargado y arrastrando consigo a medio país. Yo creo, como Cicerón, que una mala paz es mejor que una buena guerra. Pero hay quienes creen, como Tácito, que una mala paz es peor que la guerra. Lo malo de las buenas guerras es que se pelean con los hijos de otros: ¿Cuáles hijos de ministros o expresidentes han ido al campo de batalla? La guerra es chévere pero en las películas.
¿No nos avergüenza dejarles a las generaciones venideras otros ¡cincuenta años! de guerra? ¿No nos avergüenza ser el único país del planeta que recoge firmitas en contra de la paz? Me quito el sombrero.
Se hace necesario, como en el caso de Jirafales, darle vuelta a la página y dejar que la historia juzgue a los malos, (como decía el susodicho a doña Florinda, “¿No será mucha molestia?”).
De acuerdo, que venga la paz y dejemos el rencor y la mala energía.
Gracias por tus deseos… la paz para todos
Muy buen artículo. Ojalá sea leído por los tristemente célebres e presidentes que manejan la doble moral para mantenerse en el poder perse.